La
cultura cristiana es decisiva para la emancipación femenina
Entrevista de
la Agencia
Zenit a Anna Bono, profesora de Historia e Instituciones de
África
--Durante muchos años, la
batalla por la emancipación femenina interesó sobre todo al mundo avanzado,
mientras que la condición femenina en los países subdesarrollados es todavía
dramática, con evidentes fenómenos de discriminación sexual en los campos de la
educación, del derecho y del acceso al trabajo. ¿De qué manera el desarrollo
económico y cultural puede ayudar a superar tales discriminaciones?
--Bono: La historia nos
sugiere que ha sido la civilización occidental cristiana la que ha puesto
condiciones para superar las discriminaciones de todo tipo, incluidas las
sexuales.
Lo hizo elaborando el
concepto de «persona humana», dotada de derechos naturales, es decir inherentes
a la condición humana y por tanto universales e inalienables. Y realizando tres
revoluciones --científica, tecnológica e industrial-- que han permitido a la
humanidad abandonar las economías arcaicas de subsistencia a las que
corresponden siempre, en el plano social y político, sistemas patriarcales que
confían a los varones jefes de familia el control de los recursos productivos y
reproductivos de una comunidad y por tanto del destino de las mujeres y de los
jóvenes varones.
Las diferentes
instituciones sociales tradicionales de las economías de subsistencia tienen por
objeto hacer que este control sea total. El desarrollo económico y la revolución
antropológica, que afirman el valor de la persona en la historia, hacen
superfluas esas instituciones y contraproducentes las discriminaciones que
producen.
De este modo,
gradualmente, la condición de la mujer y, no lo olvidemos, de la infancia,
mejora en interés del individuo y de la colectividad.
--¿Es suficiente el
desarrollo económico y social para permitir a las mujeres de los países en vías
de desarrollo alcanzar la real emancipación y el respeto de la propia dignidad?
--Bono: Es evidente que
el crecimiento económico en sí mismo no es suficiente para eliminar la
discriminación de las mujeres y el conjunto de instituciones --desde el
matrimonio forzoso a las mutilaciones genitales, pasando por la segregación
doméstica, el precio de la esposa y la dote-- que limitan su libertad y violan
los derechos fundamentales.
Es también evidente que
las discriminaciones y las violaciones de la persona sufridas por las mujeres
constituyen un obstáculo al desarrollo de las potencialidades económicas de un
país. Por esto hay que actuar en ambos frentes para lograr resultados duraderos
y consistentes pero, en muchos contextos sociales, es incluso prioritario
intensificar las iniciativas encaminadas a hacer que madure el respeto por la
dignidad de la persona humana, la conciencia del valor de cada hombre,
prescindiendo de su identidad sexual, y por tanto de la universalidad de la
condición humana.
Sólo así es posible
garantizar a las niñas de hoy igual y plena oportunidad de acceso a la educación
y a los tratamientos sanitarios, condiciones necesarias para que lleguen a ser
el día de mañana independientes, conscientes de sus propios derechos y capaces
de hacerlos valer. De este modo podrán contribuir con el progreso económico y
social y gozar sus frutos.
--¿Cuáles son los
aspectos positivos de la cultura cristiana y occidental que han favorecido la
emancipación femenina?
--Bono: La respuesta
viene ya en parte dada por las consideraciones precedentes. Me limito por tanto
a subrayar el papel fundamental llevado a cabo por la religión cristiana en la
realización de los cambios culturales y económicos que han permitido la
emancipación femenina.
Luigi Giussani, fundador
de Comunión y Liberación, decía que la frase más revolucionaria de la historia
de la cultura
es la de san Pablo: «Cada criatura es un bien». Donde estas
palabras no resuenan, el nacimiento de una niña sigue siendo un evento de tal
manera no deseado que induce a la peor de las discriminaciones, es decir, al
aborto y el infanticidio selectivos: sólo en la India, por ejemplo, en los
últimos veinte años, diez millones de niñas no han visto la luz por este motivo.
Fuente: ZENIT.org, 8 marzo
2006